El Ayuntamiento de El Sauzal ha dado a conocer los textos ganadores del XII Concurso de Relato Hiperbreve de El Sauzal. El Consistorio organizó una nueva edición de este certamen, en el que se presentaron 142 relatos.
El primer premio de la categoría adulta fue para el relato “El hilo azul” del escritor gaditano Juan Luis Rincón Ares. El texto llamó la atención del jurado por su originalidad y su enorme belleza. El segundo relato premiado de la modalidad, fue para el autor malagueño Antonio Manuel Esteo Ceballos, con su obra “Puede que conozca el olvido”.
Por otro lado, en la categoría juvenil para escritores de entre 14 y 17 años, el primer premio fue para dos mujeres. El primer premio se fue hasta el municipio de Los Realejos, a manos de la joven Irene Hernández Rodríguez, por su texto “Vivir”. El segundo premio fue para la joven barcelonesa Rita Cano Mayorga, con un relato titulado “La guerra de una familia”.
Tanto el Ayuntamiento de El Sauzal, como los miembros del jurado, quisieron destacar la participación de este año y la calidad de los trabajos presentados. Todas las obras permanecerán colgadas en el blog que el Ayuntamiento ha creado al efecto: http://relatohiperbreve.blogspot.com.
RELATOS PREMIADOS:
Primer Premio · Categoría Adulta
“EL HILO AZUL”
Autor: Juan Luis Rincón Ares · Cádiz
Si ato los extremos de todas las letras de todas las palabras de todas las frases de todos mis manuscritos, y tiro de un extremo con la suficiente fuerza e imaginación, la tensión suavizará los montes mayúsculos y las altas consonantes como las tes y las des; absorberá las colas de las pes y las jotas; más tarde, erosionará las colinas de las emes y las enes, adelgazará las oes y las aes.
Poco a poco, el rocoso paisaje literario se convertirá primero en un rosario de lomas irregulares y finalmente en una línea infinita, primero levemente ondulada, y luego férreamente recta sobre la que flotarán perdidas las nubes de tildes y las marañas de moñas de eñes. Bandadas de puntos y comas de todos los tipos migrarán, si son listas, al país de la Aritmética, aún no arrasado por este microrrelato.
Segundo Premio · Categoría Adulta
“PUEDE QUE CONOZCA EL OLVIDO”
Autor: Antonio Manuel Esteo Ceballos · Málaga
Ahora me tienes entre tus manos o en la pantalla de tu ordenador, pero alguna vez fui una hoja en blanco, un trozo de papel para usar o tirar después de haber garabateado una lista de propósitos. Pero alguien ha escrito sobre mí lo que estás leyendo y ahora no sé si hubiera preferido ser una tabula rasa, una página en blanco, un papiro recién comprado, o un pergamino de cabra loca, un diario inconsistente o un silencio incómodo en medio de una conversación copiosa, una página en la que nadie posara sus ojos, en la que nadie pudiera escribir algo hiriente, sarcástico o patético, una hoja anónima que amarillea con el tiempo guardada en el fondo de un cajón que nunca se abre. Pero también sé que además de ser un simple rectángulo liso y blanco que puede contener el mundo entero, palabras sublimes, un poema inolvidable o las citas más celebradas de un personaje histórico, puedo contener la sombra de una tontería, con su perfil baldío, su inútil presencia.
Negro sobre blanco, la tinta mancha mi blanca vestidura en uniformes líneas apretadas por un programa informático que no permite vaivenes, ni renglones curvos, optimistas, como si quisieran subir a la esquina sólo porque no se lo permite la rigidez del programa. Sin embargo, soy un texto inacabado, imperfecto, con principio y sin final, sin posibilidades de que lo que aquí se ha expresado se amplíe en una conclusión acorde con lo anterior.
La realidad es que ya no soy esa hoja en blanco que espera su destino con incertidumbre o con ilusión renovada, con el pellizco de lo desconocido. Ahora soy una página impresa que, en el mejor de los casos, iré a parar a un cajón donde puede que conozca el olvido.
Primer Premio · Categoría Juvenil
“VIVIR”
Autora: Irene Hernández Rodríguez · Los Realejos (Tenerife)
Caer y volver a levantarse. Perder y seguir luchando. ¿Era necesario? ¿Valía la pena? Allí arriba el tiempo transcurría más despacio. La fina brisa acariciaba su rostro mientras que el sonido de la enorme ciudad bajo sus pies quedaba oculto tras el constante ruido de los pensamientos que revoloteaban en su cabeza como moscas. ¿Cómo había llegado a aquello? Todavía recordaba a la familia que una vez tuvo; sus caras, sus ojos, sus risas y la felicidad de tener a gente con quien compartir logros, enfrentar miedos y superar todas las dificultades que se presentaban. ¿por qué el mundo era tan cruel? ¿No había hecho lo suficiente? ¿Era su culpa encontrase en aquella situación? En una oleada de ira revivió los dolores más profundos que invadían su corazón. Ser visto pero nunca considerado ser oído pero nunca escuchado. Ser querido, pero nunca amado. Para ese entonces el sonido de la ciudad había disminuido y la oscuridad del anochecer empezada a cernirse sobre su cabeza. Era el momento. Con cuidado posicionó su pie derecho sobre el muro que indicaba el final de la azotea y ayudado por una de sus manos consiguió colocar también su otra pierna en el mismo. Ya no había vuelta atrás.
Se había cansado de luchar y si caía ya nadie lo volvería a levantar. Las películas no mienten en momentos como aquellos veías tu vida pasar frente a tus ojos como una fuerte ráfaga de viento que te nublaba la vista y no te dejaba respirara, pero por fin, ese día todo el sufrimiento cesaría. Comenzó la cuenta atrás. Tres. Dos. Uno. Abrió los ojos. Ya no estaba arrojándose por un quinto piso. Ahora estaba enganchado a una máquina con fuertes punzadas de dolor por todo el cuerpo. Se encontraba en un hospital. ¿Cómo es que no había muerto? ¿El destino quería que viviera? Con gran esmero giró su cabeza a la derecha. Allí había numerosas tarjeras de ánimo que, con saber cómo ni por qué, hicieron que Óscar tuviera ganas de vivir otra vez. Tenía otra oportunidad y esta vez no la iba a desaprovechar.
Segundo Premio · Categoría Juvenil
“LA GUERRA DE UNA FAMILIA”
Autora: Rita Cano Mayorga · Barcelona
Es la primera navidad que toda la familia pasa junta desde la guerra. Digo toda, pero solo quedamos cinco. La nieve y el aire luchan por entrar a la casa mientras mi madre cocina. Fuera se escuchan los gritos de mi padre y mis hermanos, discutiendo. Miro por la ventana de mi habitación, siento el frío en mi nariz, hiela mi alma. Nadie puede ser feliz en este momento, a diferencia de años anteriores.
La guerra nos ha tocado; como el invierno, a una planta que lucha por sobrevivir. Ni mi madre ni mi padre quieren decirlo, pero pronto tendremos que volver luchar. Además, la muerte de mi hermano mayor aún es un tema tabú, nadie habla de eso, las fotos encima de la chimenea están bocabajo y nadie consuela a mi madre cuando en medio de la noche se la oye llorar y orar por él. Una lágrima traicionera baja por mi mejilla. Mi hermano, Hermann, era teniente en el frente. Un hombre fuerte, generoso, cariñoso y mi mayor héroe. Ni siquiera hemos podido enterrarlo, no quedó ni uno de sus huesos. Mama me llama a comer, mi padre y mis dos hermanos ya están sentados. Sirvo la mesa, los tres hombres me ignoran por completo. Estoy a punto de sentarme cuando veo una bicicleta abriéndose paso entre la nieve. Es el mensajero del ejército. Mis hermanos corren a abrirle la puerta y saludan. El mensajero me mira y me entrega una carta. Lo suponía, si han perdido a mi hermano, yo tengo que trabajar, servir a mi país. La estancia se queda en silencio, es mi madre quien lo rompe con un grito desconsolado, pidiendo que no me lleven, que yo todavía soy un niño, que me moriría, que no soy tan fuerte como Hermann. Me molesta, pero es verdad.
Subo las escaleras de la casa, en dirección a mi habitación. Lentamente, abro la puerta y recojo mis pertenencias. Antes de irme, echo un vistazo, esperando que no fuera el último. Mi padre y yo intercambiamos miradas. Se despide, me trata como si ya no fuera un crío. Creo sentir algo de amor y preocupación por mí, el niño ignorado.
Es muy tarde para arrepentirme. Con paso firme me dirijo a una muerte segura.